miércoles, 31 de octubre de 2018

NOCHE DE HALLOWEEN EN EL PALACIO DE LOS CONDES DE CASA VALENCIA

La noche de víspera de difuntos es algo que siempre se ha tomado muy en serio en los palacios y palacetes de nuestra hidalga España, quien más y quien menos cuenta con algún difunto guardado en algún cajón esperando el indefinido momento propicio para explicarlo.

El Palacio de los Condes de Casa Valencia no es la excepción y siempre por estas fechas encuentra motivo para temer de lo que le depara a sus moradores la línea que une este mundo con el otro mundo, con la llegada del Samhain celta, se desatan todos los fantasmas

En este noble palacete decimonónico, entre el crujir de envejecidas maderas que han visto pasar todo tipo de personajes deslizándose sibilinamente para no despertar ningún mal recuerdo o vivencia mal vivida, tiene en estos días voto de silencio.

A pesar del estrepito de cadenas y vociferantes rostros crispados, que afirmaban ser miembros de la cofradía de las prisiones desde un exterior acotado y constreñido para que su estruendo no se volviera contagioso. El silencio se ha adueñado de todas sus estancias, es el silencio de los que no pueden ver por más que abran los ojos, el silencio de oídos sordos, o tal vez, el silencio de la impostura que se retuerce contra la realidad que golpea a su puerta pidiendo que la verdad se abra paso.

Ciertamente la decisión de albergar al Ministerio del Interior en este palacete ha sido una notable coincidencia con el destino, el más silencioso de los ministerios en un palacete lleno de memoria silenciada.

Pero es Halloween, otra impostura de nuestra realidad, colonizadas nuestras mentes por foráneas vivencias que asumimos hasta el más profundo de los silencios cómo propias, pero al menos estas fechas siempre traen con ellas tradicionalmente el susto o la muerte.



¿Sera suficiente tanto silencio como para acallar los gritos de justicia y de verdad que el personal de las prisiones clama durante años en el desierto del parqué político? ¿Podrán éstos muros borrar, en la era digital, los alborozados compromisos que los actuales arrendatarios brindaron al populacho talegüero en sede parlamentaria? 

Tal parece que no hay suficiente silencio como para acallar la injusticia sostenida en el tiempo contra quienes cada día sirven al Estado en la trinchera de la reinserción, podrán ser sometidos, pero no vencidos.

Tal vez hay quien ambicione reencarnarse en rey de Epiro y someter con victoria pírrica las demandas de prisiones, como la de acabar con la brecha salarial, de que se tenga el personal presupuestado y no haya 3.500 vacantes, de que las agresiones dejen de ser un acto de normalidad y, sobre todo, que el respeto, la dignidad como colectivo y como personas deje de estar manoseados y pisoteado como si en tiempos de Epiro siguiésemos.

La efímera vivencia de los que pasan por el ejercicio de la política, debería motivarles hacia la empatía con los administrados y el bien colectivo, porque ya la sabiduría de Umberto Eco nos advirtió de que “El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda.”
Son tiempos de dudas, no hay certezas en el dogmatismo y el silencio es el mayor de los dogmas, no hay respuestas simplonas para contingencias complejas, y sin lugar a dudas las Instituciones Penitenciarias atraviesan una de esas contingencias complejas

El sistema penitenciario español es un modelo que ha sido capaz de sobreponerse a una herencia de oscuridad y dolor, hasta situarse como unos de los sistemas penitenciarios no solo mejor considerados, sino también más eficientes a nivel mundial. 

Si los profesionales que han conseguido tal proeza están movilizados en una permanente defensa para que no pueda abandonarse a su suerte éste sistema público, concitando confluencias de dispares sentimientos, es  síntoma de que algo va mal en la gestión de las cárceles en España en estos momentos, y si hay algo mal en las cárceles es que hay algo mal en la sociedad española, y la respuesta del Ministerio del Interior no puede ser la del silencio, la indolencia como arte, o la de ver en la crítica un asalto a la autoridad.

Solo desde la más perversa de las miopías se puede circunscribir el conflicto de prisiones como una cuestión laboral, presentarlo como que miles de trabajadoras y trabajadores penitenciarios solo quieren más dinero es no entender nada de lo que está pasando, y cuando no se entiende lo que pasa lo natural es el error. Y el error siempre alimenta más errores

El conflicto nace de demasiada indolencia sostenida en el tiempo, la indolencia de generar expectativas y solo devenir con más demandas. El primero de los sentimientos es el del abandono, el de la falta de reconocimiento del compromiso que diariamente hacen estés servidores públicos, grave error sin dudas, que reiteran gobiernos de distintos colores. Pisotear sentimientos es sin lugar a dudas más peligroso que arrebatar derechos.

Pero lo que realmente está en cuestión es el propio modelo penitenciario, porque el hartazgo y la falta de compromiso reiterada con la Constitución y la reinserción se materializa en el castigo en los trabajadores que ejecutan en nombre del Estado esas tareas.

El grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos nos dice Dostoievski y efectivamente poner en riesgo ese grado de civilización de la sociedad española por algo tan básico como dialogar y abordar la defensa del sistema público y de sus servidores no es asumible para una sociedad moderna.

Porque el Ministro debe de saber que el diálogo, diálogo y diálogo que prometía al colectivo no es imponer y acatar, es escuchar y solucionar, como acertadamente reconoció las demandas son justas y lo son porque son demandas que fortalecen y modernizan el sistema penitenciario, porque sin lugar a dudas sin personal penitenciario no hay reinserción.

No es creíble que el problema para no dialogar, ni negociar con los sindicatos de prisiones después de tanto tiempo de movilizaciones y varios días de huelga, sea una cuestión presupuestaria o económica. Porque hablar de que no hay 45 millones anuales para mejorar nuestro sistema penitenciario público y para que haya más reinserción en un país que se gasta decenas de miles de millones en bancos privados, autopistas privadas, definitivamente seria inmoral si la razón fuese económica
.
Pero incluso en términos económicos, la falta de rigor se impone, estamos hablando de mejorar las tasas de reinserción, de reducir el impacto del costo del delito al Estado y a las victimas, ¿nos quieren hacer creer desde el Ministerio y o desde los oscuros recovecos de la Función Pública que ninguno de sus acreditados asesores, que recomiendan ignorar las demandas de prisiones, no ha sido capaz de hacer las cuentas del impacto de mejorar la reinserción?, por ejemplo, en un punto anual. Estamos hablando de generar un ahorro al Estado y a la ciudadanía, de 10 veces la cantidad invertida en potenciar la reinserción. No puede ser que alguien se esté planteando un modelo de gestión económica donde se priorice, valga de ejemplo, vender el coche para tener gasolina.

Salvo que el pensamiento de trascendencia se sitúe en el territorio del “cuanto peor mejor”, mantener esta situación sería una apuesta suicida por la implosión de un servicio esencial del Estado, porque el “cuanto pero mejor”, no será ni para el Estado, nunca para el servicio público de prisiones y por supuesto nunca tampoco para los miles de empleados públicos comprometidos con la Constitución y su aplicación en las prisiones.

Jugar a gestionar el incremento de la frustración del personal penitenciario como instrumento para la debilitación de los sindicatos representativos de prisiones es abrir la caja de pandora a las hordas bárbaras que asedian las murallas del imperio de la ley. 

Abrir las puertas, por acción u omisión, a quienes defienden situarnos en su sistema penitenciario preconstitucional y claramente punitivo tiene un alto grado de responsabilidad, no cabe engañarse con ello, estamos asistiendo a dar todas las facilidades a quien te quiere destruir, como ya hacen nuestro queridos sindicatos apoyando y asociándose con quienes solo buscan su destrucción, pero no les podemos pedir más a ese grupo narcisista que no conoce la realidad de los profundos cambios generacionales y sociológicos que se han producido en el colectivo penitenciario.

Los fantasmas que recorren hoy el Palacio de los Condes de Casa Valencia se difuminan entre los pliegues de las vanidades y el crujir de las cadenas del abandono, pero son fantasmas con nombre, se llaman compromiso con el servicio público y un sistema penitenciario Constitucional, deberían de tener miedo quienes habitan esas paredes porque pueden trascender como los artífices de haber destruido un sistema penitenciario moderno y eficaz.



Despierten, saquen del cajón ya el difunto de la negociación, articulen respuestas a las justas demandas de un colectivo ultrajado, atajen la frustración que el silencio y el olvido están generando.

Trasciendan sí, háganlo, pero como patriotas que defienden libertad, democracia y Constitución.

Una noche de susto para que no se convierta en muerte, el Palacio duerme, pero sus fantasmas no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario